Haciendo caso de la propuesta de mi amigo Miquel, voy a escribir mi primer artículo en este emocionante y novedoso camino de la Newsletter que ha venido a denominarse "La Ultima Loseta".
Y voy a intervenir, en esta primera oportunidad que se me brinda, haciendo un análisis comparativo entre el Ajedrez y Carcassonne, que no pretende ser exhaustivo.
Bien conocido es que provengo del mundo de los 64 escaques, como se le conoce (entre otras muchas expresiones) al juego de lucha medieval cuya contienda tiene lugar entre caballeros, alféreces, soldados, reyes, damas y torres dentro de un tablero cuadrado de 8 casillas de lado.
He sido jugador federado, presidente de mi club, árbitro y organizador de torneos, monitor de ajedrez y "conseguidor" de subvenciones, patrocinios, participantes y todo aquel o aquello que fuera susceptible de aportar un granito de arena a las tareas de las que me había o habían investido. Pero también divulgador del juego y de nuestro saber hacer dentro y fuera del club, irradiando pasión y contagiando al entorno, tanto a los neófitos de este apasionante pasatiempo como a los colectivos con que compartíamos afición, "repartiendo" (si se le puede llamar así) este sentimiento sano y haciendo gala de él.
En el lado oscuro, lo único que contamina al ajedrez son los egos personales dentro de los colectivos, algo que también sucede en Carcassonne. Más allá del hecho de disponer, indudablemente, de mentes brillantes y a la vez excéntricas en nuestras comunidades de aficionados, nos encontramos con disparidad de aromas personales de los diferentes eneatipos que existen (algo que es absolutamente normal), pero que si no convergen en el entendimiento y la pluralidad, las relaciones entre sus miembros desembocan irremediablemente en el individualismo, no entendido como un "esto lo hago yo" (porque cada cual es libre de hacer lo que quiera) sino interpretado como un "yo percibo el colectivo, no como lo que es, sino como lo que yo quiero que sea". Y esto es un error de magnitud colosal que termina generando un terremoto que tarde o temprano se lo lleva todo por delante, difuminando las propuestas y las verdades comunes intrínsecas a la meta conjunta del grupo.
Pero el Ajedrez y Carcassonne guardan otros parecidos importantes. Al juego de las 72 losetas le hace pasar desapercibida su estrategia profunda (que la tiene) debido a la simplicidad de la mecánica de su juego y el hecho mismo de disponer de cierto azar que lo condiciona a estar entre los juegos denominados de "información incompleta", es decir, aquellos cuyos parámetros no pueden ser controlados ya que no dependen de uno mismo, sino de la aleatoriedad. Esta parte, que parece que es el motivo de disgusto de muchos jugadores de Carcassonne (aun sabiendo a lo que se exponen) es lo atractivo del juego en contraposición al ajedrez donde hay que contar con calcular las posibles variantes de su desarrollo en función de las diferentes combinaciones existentes entre movimiento propios y del adversario.
Un jugador, solo de Carcassonne, puede encontrar un juego más sólido en el ajedrez, aunque demasiado aguerrido y condicionado a los propios conocimientos y experiencia.
El mismo jugador, pero ajedrecista, puede encontrar en Carcassonne, o bien un juego banal condicionado a su suerte, o bien un estupendo entretenimiento que no depende de una intensa y sesuda sesión de cálculo y, al mismo tiempo, un juego con similitudes en el plano táctico y estratégico que no lo aleja de su juego milenario favorito sino que le abre la mente a otras posibilidades.
A nivel de competición, el parecido aun es mayor ya que el desgaste mental entre uno y otro es inherente al esfuerzo cognitivo que hay que hacer para concebir las posibilidades y combinaciones de movimiento con cierta profundidad (en Ajedrez) y la probabilidad de que salga una loseta y cuántas quedan o necesito y el lugar idóneo para su ubicación (en Carcassonne).
Pero también dentro de la competición, y a efectos puramente organizativos, creo humildemente (y me parece tangible) que el Ajedrez, mucho más profesionalizado, saca enorme ventaja a Carcassonne. Entiendo las diferentes posturas acerca del tipo de juego, pero no es su mecánica ni su objetivo el argumento para establecer el sistema de competición o el uso de relojes de control en cada turno de los participantes sino las necesidades que refleja el formato 1vs1 a la hora de quedar emparejados los jugadores para con las subsiguientes rondas cuando se le quiere conferir a dicha competición de un status de equidad en términos de "condiciones similares" para todos los jugadores. Para mí esto requiere de la participación del reloj como elemento de control y del sistema suizo como método de confección de los enfrentamientos, continuación entre rondas y clasificación tras los resultados de cada una de ellas, sobre todo cuando no es posible un sistema de competición "todos contra todos" (liga o round robin).
En cualquier caso, la novedad atrae. Y siendo el Ajedrez un juego con mucha historia, no quita que Carcassonne haya venido para quedarse. Pero quienes ostentan la capacidad de convertirlo en un juego de éxito competitivo deben establecer si su prioridad es la puramente económica o, también, la educativa, divulgativa y competitiva (me refiero a los editores y distribuidores).
Dentro de las posibilidades educativas, Carcassonne también tiene mucho que decir. Diría que muchos juegos de mesa pueden intervenir aportando cosas positivas para el desarrollo de habilidades y valores en nuestra sociedad.
Para mí, el ajedrez es insustituible. Pero también Carcassonne se está convirtiendo en esto: un juego sin parangón. Cada uno tiene su sitio.
Además, Carcassonne tiene una gran capacidad de reinventarse: juegos 1vs1, juegos familiares, con expansiones, spin-offs, doble juego básico, por parejas, etc.
En lo que hay un abismo entre el juego de las 64 casillas y el de las 72 losetas es en la concepción del primero como un deporte federado adoptado por el Comité Olímpico Internacional donde rigen unas leyes únicas de competición a todos los niveles y estamentado en rangos internacionales, estatales, autonómico/regionales y de ámbitos local/municipal, subvencionado y dirigido por entidades al servicio público donde, en contraposición, el juego que instauró la figura del Meeple no dispone de características estatutarias, sin ánimo de lucro, ni forma parte de programas escolares (tal vez lúdicos en la escuelas o actividades extraescolares) y su situación no se halla en una posición en la que nadie puede exigir nada a ninguna entidad salvo la garantía del producto adquirido al propio distribuidor del juego.
Lo que me gusta del ajedrez es la libertad personal para el jugador y el anonimato de su creación, en oposición a la cadena de derechos de autor que conlleva Carcassonne como juego moderno que es, entregado de pleno a su correspondiente copyright.
Lo que me gusta de Carcassonne es el regreso a la niñez, al disfrute, a la flexibilidad del destino marcado por la Diosa Fortuna, por momentos, unido a unas habilidades inherentes al 'saber hacer' durante el desarrollo de la partida, en oposición a la rigidez del ajedrez desde el minuto cero y la clara necesidad de un conocimiento cada vez mayor y, a cada paso, más insuficiente.
Lo que me fascina de ambos es su táctica y su estrategia, porque se aleja de su simplicidad inicial aparente. Y disfruto de su caracter lúdico y, por supuesto, educativo.
Lo que he descubierto de ambos, que no solo no me agrada sino que rechazo de plano, es su conversión al hastío competitivo en cuanto genera cierto estupor social respecto de la rivalidad mal entendida, es decir, cuando viene de la mano del ego y de la soberbia.
Pero el devenir de la historia ha traído consigo siempre una revuelta, una afrenta al poder establecido, y la adaptación a los nuevos tiempos.
El futuro no está escrito. Por el momento, Ajedrez y Carcassonne, Carcassonne y Ajedrez, son dos mundos diferentes. Aunque, en el fondo, no tanto como cabría esperar. |